23 d’abr. 2010

¡No!

Éste es un relato que no versa sobre el Metro, pero no creo que nos estiremos los pelos por ello, y también por la temática quiero incluirlo aquí. Éste es el enlace a la publicación original, a la hora en que se escribe todo ésto, recién salida del horno. ¡Que os aproveche!


¡No!


Allí está. Lejos. Muy lejos. Está parado en la parada, con sus puertas abiertas a todo el mundo. Unos bajando, otros subiendo. Curioso paralelismo con la vida misma. Pero sigue lejos. Muy lejos. Arranco a correr. Sí, hay que hacerlo, no hay más autobuses, es el último, el definitivo, tras de él no hay nada. La nada. A veces tengo la sensación pecaminosa y cobarde de rendirme, de echarlo todo por la borda, de dejar perder al maldito autobús para postrarme ante La Nada. Pero no, mis piernas corren, mi cuerpo corre, mi corazón palpita desbocado, la cabeza me va a estallar.

Lo veo des de atrás, con ése color rojo, la matrícula bien clara con sus números y letras, los respiradores del motor, las siluetas oscuras a través de la luna trasera de los viajeros sentados en el extremo final del vehículo. Una franja negra en la parte superior aprisiona el número que identifica al autobús y la línea que sigue. Qué más da, si tan lejos está. Las puertas siguen abiertas, pero las traseras ya se han cerrado. Aún queda gente por subir, poca, y con un pie en el aire. Aprieto más mi carrera contra-reloj, contra el autobús, contra su conductor, contra los pasajeros que van subiendo, inexorables, sin siquiera mirarme en mi locura por llegar a ellos.

El pie derecho del último pasajero desaparece. Alarma, piensa mi maldito cerebro. A ver si estalla ya de una vez. No noto mis piernas, ni mis pies, ¿acaso noto ya mi cuerpo? Corre, pienso yo; corre, piensan tras de mí las Furias; corre porque no habrá más oportunidades. Fatigado, la respiración ronca, me acerco ya al autobús. La visión borrosa y los latidos de mi corazón lo llenan todo, pero paso al lado del morro trasero del autobús, que para más desesperación, tiene diez metros más de articulación.

El cruel conductor hace un vaporoso aviso, se cierran las puertas. ¡No! Me parece que grito, pero nadie me oye. Saco las fuerzas que me quedan, aprieto a correr, más, pero el autobús arranca. El ruido del motor, el movimiento de la mole roja, mi última oportunidad, se va sin mí. ¡Todo acabará! Sigo corriendo. He pasado como una centella por la parada desierta, y ahora sigo corriendo al lado del autobús. Sudando a mares, respirando forzadamente como un fuelle roto, gano centímetro a centímetro la velocidad del autobús. Poco queda ya, para llegar a la puerta. Corre más. Corre más. Me dicen las crueles vocecitas. Ya estoy en la puerta. ¡Me tienen que ver! Y giro la cabeza, y los veo. ¡¿Es que no me ven!?

El conductor gira la cara. Debe de estar mirándome, pero no se con qué, pues no hay rostro en su cara. Un vacío liso y perfecto de piel, sin ojos, nariz ni boca. Los demás pasajeros tampoco parecen tenerla. ¿¡La Nada?! Tropiezo. Y caigo, el suelo se precipita hacia mí y golpea mi maltrecho cuerpo. Estoy en el suelo y veo como el autobús gana velocidad y se aleja, como burlándose de mí. Y todo cae en La Nada, de un blanco inmenso e inmaculado.

Hasta que abro los ojos. Un techo blanco, una lámpara colgante, unas paredes, unos pósters en ellas. Al lado, mi cama deshecha, con las sábanas arrugadas. Mi habitación. ¿Pero qué demonios hago yo en el suelo? Me incorporo, y miro entre legañas la hora que es, en un despertador que no despierta. ¡Las ocho de la mañana! ¡¿Pero no era todo ésto un maldito sueño?!




FD Sir Darkest

21 d’abr. 2010

Gràcia, 1938

Gràcia, 1938


Baixava les escales amb presses, que semblaven no acabar-se mai. Hi havia molta gent al meu voltant, i anava darrere una dona que portava un nen d’uns tres anys en braços. Ningú parlava, ningú feia comentaris, ningú somreia. Les cares eren d’esforç, cansament, por i incertesa. Només el plor estrident i desconsolat de dos infants, que percebien l’ambient enrarit, trencava la monotonia de la fressa que feia tothom en baixar les escales, que s’endinsaven a les entranyes de la ciutat.

De l’exterior ens arribava, tènue, el so insistent d’una sirena antiaèria, semblant a un lament interminable. La gent portava farcells, maletes, mantes; o no portaven res, o el que havien pogut agafar a corre-cuita. Tot el que veia semblava antic; les robes,els objectes, la decoració enrajolada de les parets... gairebé com si hagués d’estar tot en blanc i negre, i jo ho veia en color. Arribant al final del descens, es van començar a sentir els primers tremolors de les bombes, que feien vacil•lar les llums del metro. Vam arribar a l’andana. La que teníem enfront, a l’altra banda de les vies, també estava plena de gent que s’hi havia instal•lat amb matalassos i mantes, o que encara buscava lloc. Les cares eren les de la gent del barri, i qui no estava dormint ja, com els nens, portava la fatiga escrita a la cara.

Li vaig parlar a la dona que venia davant meu, a qui tractava de mare. Sembla ser que el nen que portava en braços era el meu germà, tot i que aquelles cares no em sonaven de res. Vam estirar una manta al terra, i hi vam jeure. Vaig preguntar a qui sembla ser que era la meva mare, pel meu pare a qui, per cert, no veia enlloc. Qui sembla que era ma mare em va contestar com si li hagués fet la pregunta un miler de vegades: “està a la guerra”. Vaig notar una sensació de frustració, com si realment fos jo aquella – nena? – que parlava amb la seva mare. Acte seguit, un fort tremolor va fer caure polsim del sostre, hi hagué un silenci tens, i se’n va anar la llum.

– Irene! – Sentia que em cridaven, tot i que ningú de l’andana em deia res. Era com si no me n’adonés, com si no pogués reaccionar. De cop, enmig de la foscor, es van encendre unes tènues llums de gas i em va atrapar el son, mentre tancava els ulls i em recolzava al cos de la meva mare. Llavors, vaig notar una estranya sensació de vertigen i vaig obrir els ulls. Davant els meus nassos hi havia una paret de rajoles, pintades de colors blaus i verds, a l’estació de Fontana, just al costat de l’enorme boca negra del túnel. Tenia la mà dreta oberta, recolzada a la paret, i vaig enretirar-la, mentre una estranya força invisible l’atreia cap a la paret, com si fos un imant. Tot havia tornat al 2010, les robes, les parets blanques, la gent...

– Irene! Què feies? – em va preguntar el David, la meva parella. – Res... només que... era com si estigués dins d’una nena... era tot molt estrany... – li vaig balbucejar. No sabia com explicar-li-ho.

– Va home va, si estaves com dormida tocant la paret! – em va dir, entre estranyat, divertit i encuriosit. – No sé què ha passat, la paret m’ha atret i de cop estava aquí, a la mateixa estació, però com si fos el 1938. Era tot tan real! - li vaig dir.

– Au va! I com vols que m’ho cregui? – em va respondre, mig rient.

– Sí home sí, era com si la paret m’hagués atrapat en tocar-la, ha sigut com... tocar la Història. – li vaig contestar, mentre m’aturava pensant en el que havia dit.

– Vinga va! Anem, que encara farem tard! – i el David em va agafar de la mà, camí de les escales mecàniques.




Aquí teniu l'enllaç a la publicació original del concurs.

Distancias

Éste relato apareció anteriormente en el blog, publicado por JR Santana, y éste es el enlace a la publicación original en la web del 4º Concurso de Relatos Cortos de TMB. Se ha trasladado para que aparezca más tarde que la Inauguración del blog.



Distancias

La magnánima Tokio, variopinta y ruidosa, refugio perfecto para el fugitivo emocional. Casi diez años hacía entonces que vivía allí, alejado de el mundo que conocía, intentando superar el ayer. Pero el pasado no desaparece a gusto. Menos uno como el mío. Y menos todavía uno con ella. Qué patética es la condición humana, cuán propensa al dolor. La causa y razón de mi huida resultaba ser el tormento de lo que me gustaba etiquetar como «una nueva vida». Aquella moderna tendencia de los inconformistas a buscarse a sí mismos más allá del horizonte se me presentó tentadora, quise contagiarme de aquella inhibición, pero yo no era como ellos. Yo no podía olvidar. Debía de ser inmune al remedio de la distancia, alérgico al recuerdo marchito... pues no dejaba de hallar su reflejo en las miradas, como la suya, vidriosas; su aura de misterio en las voces, como la suya, frías; su feminidad en los aromas, como el suyo, intensos.
Tenía que hacer algo, con
tinuar en aquel estado era enfermizo. A la sombra de los cerezos del Chidorigafuchi me decidí a escribirle una carta con papel reciclado, pensando que sería algo así como bohemio, y quizá más romántico que un frío e-mail. Nunca se me habían dado bien estas cosas:
«Siento no haberme atrevido a decírtelo, siento no haber sido capaz de recorrer las tres paradas de metro que separaban tu casa de la mía, siento haber huido como un cobarde, [...] y puede que esta carta llegue con años de retraso, [...] pero has de saber que te quise con locura. [...] Y aún hoy te anhelo».
Lo único que hoy recuerdo de los meses siguientes fue una ardua espera entre fideos instantáneos, sukiyaki y tempura. No había correo. No habría correo.
Una mañana lluviosa de verano, la esperanza renació, recibí carta. Suya. Temblando, me apresuré a abrirla, pero en su interior no había nada... Hurgué en el sobre... ¡Sí! Había... un... ¿ticket de metro? ¡Una T-10 a estrenar! Solo una T-10...
Minutos después le pedía al taxista que me llevara a Narita con lágrimas en los ojos y el corazón en la garganta.


20 d’abr. 2010

Nuestro Vagón

Éste - aquí está en enlace a la publicación original - es el relato de Inauguración del blog El Penúltimo Vagón, un blog de escritores de relatos, cuentos y otros escritos relacionados con el Concurs de Relats Breus de TMB, que por éste año 2010 cuenta ya su IV edición, ampliando cada año sus recursos, la cantidad de escritores, la calidad de lo que se escribe, y su organización. Éste blog nace de la voluntad de mantener contacto literario - y ya veremos si personal xD - entre una seire de escritores que, a base de publicar, comentarse y evaluarse, ha ido conociéndose por las ondas cibernéticas aprovechando cada Concurs, usando el mismo como excusa para crear, leer, participar y pasar un buen rato literario, que al fin y al cabo es de lo que se trataba y de lo que se trata. Des de los administradores esperemos que os guste éste relato, que os guste el blog, que si queréis publicar relatos lo comuniquéis a los mails de contacto para que podáis ser uno de los 100 colaboradores que Blogger nos permite tener, y sobretodo; que leáis, valoréis y comentéis, pues es lo que le da riqueza a éste Vagón, Nuestro Vagón.



Salut y libros!!




Nuestro (penúltimo? xD) Vagón

Curioso ha sido el efecto de este concurso en mis viajes en metro. El indispensable libro que siempre llevo en el bolsillo queda cerrado sobre mis rodillas. Tras comprobar que sólo un lince podría leer las grafías desenfocadas que emiten las pantallas, miro al resto de pasajeros. Escruto su temática, su estilo, su léxico, su sintaxis. Me pregunto si esa mujer de ojos bondadosos que desenvuelve la merienda de su hijo será Irlanda. Quizá ese joven sudoroso e inquieto sea Sir Darkest. Aquél que lee con fervor un periódico deportivo podría ser Smith. La chica vestida de colores que apoya en el pecho su carpeta, Andrea Cori. El Sr Po quizá el que vocifera con un amigo a carcajadas. JR Santana aquel de vez en cuando detiene su lectura y parece buscar algo alrededor, quizá esas flores que embellezcan el vagón… ¿Y esa chica que me mira? Es preciosa. Mirada atrevida y sin pinta de fulana, quizá sea Mengana. Me dan ganas de levantarme y gritar ¡Margenet! ¡Me encantó la morriña de tu gallego!¡¡¡¿Está por aquí Macondo?!!! ¡Celebremos el día de las palabras! ¡Gastemos como Fernando Pessoa la vida en literatura! ¡Adoremos a la grafía como a un tótem o a un mesías! ¡Hagamos de este vagón del metro un nuevo Quatre Gats! Un Cafè de l’Opera para todos los públicos. Que la T10 sea el billete de entrada a la Literatura y nuestras memorias subterráneas salgan por fin a la luz. Si allá arriba queda ese circo rodeado de estrellas al que llamamos mundo, aquí abajo, en el subsuelo, las estrellas habéis sido todos vosotros. Felicidades.

A tod@s aquell@s que no he nombrado, daos también por saludados y aceptar mis disculpas. Si Walt Withman no consiguió citarlo todo… qué puede pretender Leolo. Espero también encontraros algún día, en el metro.



Leolo







Oh! benvinguts, passeu, passeu...